Los perros nos empoderan. Lo que he aprendido con ellos.

Acompañar a un perro en sus dificultades es, muchas veces, un curso intensivo de gestión emocional.

Lo sé porque lo he vivido.

He descubierto que, para estar a la altura de lo que ellos necesitan, primero tengo que aprender a gestionar mis propias emociones. No puedo pretender que ellos sepan gestionar situaciones complejas si yo no soy capaz de hacer lo mismo con las mías o con aquello que para mí resulta difícil.

Los perros nos muestran lo que significa vivir en un entorno que no está hecho para ellos, donde cada esquina puede ser un reto. Y en ese reflejo entendemos algo más profundo: nosotros también vivimos en un mundo que a veces no está a nuestra medida. Pero ellos, con su valentía, nos enseñan que no se trata de encajar, sino de resistir y adaptarnos sin perder nuestra esencia.

He aprendido a gestionar opiniones sobre mis perros y cómo los acompaño, muchas de ellas provenientes de personas cuya visión no coincide con la mía. Opiniones que, aunque sean comunes, no las considero respetuosas. Esto me ha enseñado a poner límites, a escuchar a quienes confío, pero a seguir mi línea, aunque no sea la más popular, porque sé que es la mejor para ellos.

He aprendido con Luis que ser fuerte no es no tener miedo, es actuar a pesar de él. Con Kundal, que gestionar emociones no es reprimirlas, sino usarlas para construir algo mejor.

Y con cada uno de mis perros, algo invaluable: una forma de crecer y entender la vida que jamás habría descubierto sin ellos.

Hoy en día, el empoderamiento parece algo exótico, pero los perros nos lo entregan cada día.

Nos empoderan si estamos dispuestos a escucharles, a luchar por ellos, a salir de nuestra zona de confort.

Nos obligan a ser valientes, a defender lo correcto y a cuestionar lo establecido.

Nos enseñan que el empoderamiento no es algo que se encuentra, sino algo que se vive junto a ellos.

¿Te pasa lo mismo? Te leo…