Límites: cuando decir “basta” te libera
Marco Moretti
Demasiadas veces creemos que amar es ceder, que el buen tutor es el que siempre da, el que nunca dice "no", el que ajusta sus necesidades hasta desaparecer. Pero, ¿qué pasa cuando, para que uno “gane”, el otro tiene que perderse?
¿En qué momento empezamos a temerle a los límites sanos? ¿Cuándo el rechazo al "lado oscuro" de la educación canina violenta nos hizo olvidar que los límites son pilares esenciales en cualquier relación equilibrada?
En la convivencia multiespecie, como en cualquier relación, no hay bienestar sin límites. Un perro sin referencias claras no es sinónimo de bienestar. Un humano que nunca expresa sus límites se vuelve una sombra.
Los perros, si algo les incomoda, se apartan. Si necesitan espacio, lo piden. Si algo es suyo, lo protegen. No sienten culpa por marcar un límite ni temen que los dejen de querer por decir “hasta aquí”. Si no lo expresan, es porque se les ha inhibido su libertad de hacerlo.
Nosotros, en cambio, nos callamos. Aguantamos. Dejamos que nos empujen emocionalmente hasta que un día explotamos o nos desconectamos. Y en ese silencio disfrazado de “armonía”, nos anulamos.
Nuestra dificultad para poner límites en las relaciones y la forma en que nos vinculamos con los demás se reflejan en cómo nos relacionamos con nuestros perros.
Ceder siempre para evitar conflictos no es amor, es miedo. Y donde hay miedo, el vínculo no crece, se asfixia.
Un “no” no es un muro, es una puerta bien cerrada para que las abiertas sean más genuinas. No pongas límites por rabia, pero tampoco los evites por miedo. Marca el espacio donde puedas ser tú sin desaparecer en tu perro.
Los límites respetuosos no castigan, protegen. No son imposiciones, son acuerdos. Son la base de una convivencia en la que ambos pueden expresarse sin sentirse oprimidos.
¿Te das a ti mismo los mismos derechos que le das a tu perro? Si le permites expresar su incomodidad, ¿por qué te obligas a callar la tuya? Si respetas sus tiempos y espacios, ¿por qué ignoras los tuyos?
Poner límites no es una lucha de poder, es darle honestidad y valor a la relación con nuestros perros. Es dejar de ceder para evitar problemas y empezar a construir vínculos donde ambas partes cuentan.
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